05 abril 2020



El 14 de marzo fue declarado por el Gobierno de España el estado de alarma ante la amenaza del coronavirus. Se ha de frenar la curva ascendente de contagios y así paliar la crisis sanitaria que se viene. Muchos enfermos, los medios no darán a basto. Se decreta por ley que todos los ciudadanos, salvo trabajadores esenciales, no salgan de sus casas salvo absoluta necesidad. Se para el mundo, la vida. 

Desde entonces, 22 días (el día 14 aún tuve que ir a trabajar), permanezco en casa al igual que 1/3 de la humanidad. El miedo al dichoso virus ayuda. Lo que parecía ser una fuerte gripe se convierte en  una amenaza para la vida de cualquiera. 

A salvo en casa, sí, pero sola. Exponiéndome al "bicho microscópico" lo mínimo, sí, pero totalmente indefensa ante la ansiedad. Ya hace unos años tuve que pasar por un mal estado de salud que me obligó a permanecer encerrada en casa muchos días, sola también, así que desde el día 1 decidí que ésta vez la ansiedad la mantendría a raya. Y de momento lo estoy consiguiendo. 

Soy disciplinada y voluntariosa, marcarme una rutina me ayuda. Hago ejercicio: kilómetros en bicicleta estática y yoga, práctica que hace años había abandonado y he aprovechado para retomar; estudio, sí, parece que nunca vaya ha dejar de hacerlo, me lié con el intento de unas oposiciones; leo, bueno... devoro letras como si se tratara de palmeritas de coco, ésas que me privan y que no pruebo desde hace un mes; y ahora viene lo mejor... veo teatro.

Es indiscutible que a través de una pantalla el teatro no es el mismo teatro. No existe el reunirse y compartir en el momento presente lo que solo está aconteciendo en ese momento. Pero dadas las circunstancias nos tenemos que conformar. Lo imposible no es factible. 

Veo obras que ya he visto, otras que no pude ver en su momento, y otras muchas que de no ser por éste periodo que nos está tocando vivir probablemente no habría visto nunca.

Ayer mismo repetí y pude disfrutar de nuevo de una función que había visto 8 años atrás, esta vez con mi tablet de por medio. Si bien es cierto lo dicho anteriormente, el teatro no es el mismo teatro porque su verdad solo es la que acontece en el preciso instante en el que se está representando, la grabación de una obra, sin parones, ni repeticiones, también tiene su encanto. Incluso algunos primeros planos transportan casi a la fila 1. De cualquier manera, es un ejercicio fascinante reencontrarse con el trabajo de un director teatral y de unos actores y actrices que aún siendo los mismos te hacen transitar la función de manera más consciente e intensa que la primera vez. 

Son muchos años de público y de vida, ¡qué tontería!, soy más mayor, pero sigue asombrándome la capacidad de trabajo y la solvencia de ciertos actores, actrices y directores. Abrumada y feliz, sin ninguna angustia, doy las gracias a todas las personas que crean, que trabajan en las artes y además en éstos días lo comparten de forma gratuita, a pesar de lo que esta crisis va a suponerles económicamente. Escritores, músicos, actores, directores, bailarines... ¿Qué sería de nosotros sin todo eso? Prueben a estar un día sin música, sin cine, sin danza, sin teatro, sin poesía, sin literatura...

Tiene que comer el cuerpo y también el alma. El pan y las rosas. Desde este pequeño rinconcito de expresión, todo mi agradecimiento a aquellos que nos proporcionan ambas cosas. Cuando todo esto acabe búsquenme en un teatro y a la salida en cualquier cafetería que tengan palmeritas de coco o en su defecto tarta de zanahoria, que también está bien.